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martes, 8 de enero de 2013

-Te quiero tanto.  No se que haré contigo -dice Fernando
- No se que haré sin ti- digo yo



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Estaba en casa de Jose junto a mi padre.  Recuerdo a mi viejo decir muy pocas veces la palabra amigo, pero así me lo presentó.  Él era una  persona de baja estatura, pelo crespo, nariz rara y tremendamente grande, tenía el torso desnudo, su cuello lo rodeaba una cadena de oro de la que llevaba colgada una ficha del casino de Montecarlo. 



Eran épocas donde los grandes hablaban, los niños suponían no comprender, por lo tanto era inútil preguntar. De esa forma los mayores ahorraban respuestas y atesoraban palabras de crédito que gastaban día a día en habladurías estúpidas. Este no era el caso de mi padre, esa era una de sus grandes diferencias con el resto. Además de ser un seductor nato,  él tenía la gran habilidad de hablar en broma sin que nadie lo notara, jugaba a ello todas las veces que podía, yo era la única persona que sabía cuando hablaba en serio, no presumo habilidad de eso, solo era un gran observador de sus movimientos,  gracias a ese entrenamiento es que garantizo ser un eximio jugador de poker. 



Por tanto, si la vida es una timba el futuro es aleatorio, bueno, yo creo que es predecible y apuesto a mis aciertos, se bien que cartas voy a recibir.

Jose tenía un vecino comisario que a su vez tenía una hija. Cuando la conocí descubrí para que servía el espejo,  creo que andaba por mis 11 o 12 años. Desde allí arranca mi deleite por la belleza femenina.


FERNANDO

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