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sábado, 23 de marzo de 2013

Soñé mi muerte.
La muerte viene pisándome los talones y el destino se ríe.  Ella suele perseguirme seductora,  distrayendo y maquillada.  Pero reconozco su ironía.
El tipo que salía en los comerciales que durante años pretendían evitar el consumo de droga, murió de una sobredosis grabando uno de ellos. Superman, el hombre capaz de alcanzar alturas inmensurables fue arrastrado al fin de sus días por una caída de un caballo de una altura de metro y medio y las personas con enfermedades graves mueren cruzando una calle o atorados con un spaghetti.  

Sería bueno que la parca llegara estando yo en el Cabo de la Vela. En ese hermoso desierto frente al mar al norte del país. Allá, en la Guajira,  suelo tener las ideas claras, la tranquilidad de un bebé y el corazón libre. Que bailen con borracheras de chirrinchi los contados amigos y los múltiples enemigos mientras me echan al hueco.
¡El muerto al hoyo y el vivo al baile!
Pero pedir eso es como el que pide ganarse la lotería sin comprar el billete. No volví a la Guajira, por lo tanto no existen probabilidades de que la muerte me visite allá.
El destino más bien apunta a que doña oscura, la terrible visitadora que anda acechándome desde hace años, me sorprenda con el pelo enredado, ojerosa y tratando de sacar algunas lineas coherentes entre tanta demencia.

He pensado que en el post mortem es mejor que me cremen y arrojen las cenizas al mar, pero mis amigos no pagarían un tiquete hasta la playa para echar un polvo al aire.

No conozco una idea de una vida tranquila y mi dramatismo se expande también a la imagen que tengo de mi muerte. No la concibo sin drama. Solamente en el imaginario recurrente del Cabo de la Vela.

Podría terminar entonces con la cabeza reventada contra la tina en una de esas inesperadas apariciones de mis miedos. En ese caso espero que quien me encuentre sepa admirar este cuerpo desnudo, con sus curvas,  exponiendo la belleza de los años 30´s. Sería un gran espectáculo pues además lo rodearían mis ideas flotando en un charco de sangre, que espero sea azul. 
martes, 8 de enero de 2013

-Te quiero tanto.  No se que haré contigo -dice Fernando
- No se que haré sin ti- digo yo



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Estaba en casa de Jose junto a mi padre.  Recuerdo a mi viejo decir muy pocas veces la palabra amigo, pero así me lo presentó.  Él era una  persona de baja estatura, pelo crespo, nariz rara y tremendamente grande, tenía el torso desnudo, su cuello lo rodeaba una cadena de oro de la que llevaba colgada una ficha del casino de Montecarlo. 



Eran épocas donde los grandes hablaban, los niños suponían no comprender, por lo tanto era inútil preguntar. De esa forma los mayores ahorraban respuestas y atesoraban palabras de crédito que gastaban día a día en habladurías estúpidas. Este no era el caso de mi padre, esa era una de sus grandes diferencias con el resto. Además de ser un seductor nato,  él tenía la gran habilidad de hablar en broma sin que nadie lo notara, jugaba a ello todas las veces que podía, yo era la única persona que sabía cuando hablaba en serio, no presumo habilidad de eso, solo era un gran observador de sus movimientos,  gracias a ese entrenamiento es que garantizo ser un eximio jugador de poker. 



Por tanto, si la vida es una timba el futuro es aleatorio, bueno, yo creo que es predecible y apuesto a mis aciertos, se bien que cartas voy a recibir.

Jose tenía un vecino comisario que a su vez tenía una hija. Cuando la conocí descubrí para que servía el espejo,  creo que andaba por mis 11 o 12 años. Desde allí arranca mi deleite por la belleza femenina.


FERNANDO

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