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domingo, 24 de junio de 2012



Ella entró temerosa al teatro. Alicia llevaba la vida de la marquesa de Larkspur Lotion en su propia espalda, la cargaba, la padecía.
Una obra corta de Tennessee Williams representaba un buen reto para volver a las tablas y si ya no había forma de vivir como los ricos, haría parte del grupo selecto de verdaderos artistas del país, que es lo mismo que decir: fundación teatral sin ánimo de lucro donde cada miembro se despoja de gran parte de sus vestiduras, incluyendo los zapatos, pone los pies en la madera, respira profundo, se deshace de las cargas y olvida que con suerte y juntando monedas completará un desayuno cada dos días.

Alicia respiraba una época crítica, varias promesas de amor fallidas, una con su primo hermano quien dejó de contestarle sus cartas de amor, otra con su primer esposo muerto en un accidente de carro por exceso de velocidad etílica y la última con su segundo esposo a quien decidió matar, en su cabeza, claro, en alguna de sus sesiones de psiquiatría, luego de que este la golpeara embarazada y se desapareciera durante años. A él le bastaron un par de meses en España para hablar perfectamente el castellano, con acento de Salamanca y todo, y vestido como un españolete, apareció para mostrarle a su nueva mujer sus criaturas, su ex esposa y el apartamento en el que supuestamente los tenía viviendo. Alicia se le tiró a la yugular pero a pesar de su gran fuerza y tamaño, Marcelo sobrevivió.

Pisó Alicia el escenario para ensayar y alzó la cabeza para dejarse encandelillar por las 12 luces y recordar los días en que tenía luz en su casa, luz propia, porque desde años atrás se las había ingeniado para robarla de algún lado. Alicia había pasado veinte metros de cable la noche anterior desde el garaje hasta su cuarto, veinte metros que le permitieron estudiar el libreto y solo esperaba poder prender la lámpara que conectó, una vez más.

Ella -dijo el director, hará el reemplazo de Margarita y será nuestra nueva señorita Hardwicke-Moore en esta temporada.

Terminado el ensayo se acercó un hombrecito tan grande como un centavo, un pedacito de macho con un libro de Balzac bajo el brazo que a duras penas podía cargar. Un enano como los de los libros de Rosa Montero, un ser fascinante, un liliputiense que llegó a ella persiguiendo el resplandor de sus gafas, esperando una mujer intelectual con quien entablar profundas conversaciones, competir en escena, y desbaratar una cama. Dos días después le mandó con el viento las palabras que Alicia necesitaba oir: " VOY A HACERTE LA MUJER MÁS FELIZ DEL MUNDO".
Dicho esto, Alicia preparó todo, su casa abriría las puertas a su pequeño generador de felicidad. Germán seria Gulliver en el país de los gigantes y Alicia se convertiría en la mejor Geisha latinoamericana. Llegó pronto un camión lleno de muebles tamaño toddler, una pequeña sala, una nevera miniatura, una pequeña biblioteca en donde solo cabrían 6 libros además del de Balzac y una colección de gafas para intelectuales.

Alicia calentó el agua y llenó la tinita en donde bañaba en las noches a sus hijos. Prendió la lámpara con luz robada y metió a Germán despacito consintiéndolo como al juguete más querido.
Exceso de espuma, exceso de masajes, una geisha de 1,80 sacando sus instintos maternales y una tina de bebe amarilla lograron hacer sentir al gran actor el ser más miserable y ridículo de la tierra. Germán salió como pepa de guama de la tina dejando el agua aún tibia.
-¿Qué pasa mi chiquito? déjame secarte y luego te visto. Te traje unas alpargatas de méxico que te van a encantar...
Germán se fue del país de los gigantes esa misma noche en el mismo camioncito en el que llegó, con su salita, su bibliotequita, su colección de gafitas intelectuales y unas alpargatas gigantes amarradas hasta la rodilla. Colgando del paral de la puerta trasera del camión se alejaba a la misma velocidad que había llegado. Con una pierna al aire como las hojas del libro de Balzac, renunciaba a la casa y a la vida de Alicia, el gran liliputiense.
Alicia lo recuerda de vez en cuando y su corazón chiquito se vuelve grande cuando mira el mundo desde abajo, como los pequeños.



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